Una familia de cuatro integrantes necesitó $66.488 el mes pasado para no caer en la pobreza y $28.413 para no descender por debajo de la línea de indigencia.
El INDEC publicó las cifras sobre el aumento en la canasta básica de alimentos, que mide la línea de indigencia y la canasta básica total, mide la línea de pobreza en el país.
En junio la canasta básica de alimentos subió 3,6%, en doce meses se ubicó en el 57,6% de aumento. Una familia tipo necesitó para tener una alimentación básica mínima un ingreso de $28.413.
Por otro lado, la canasta básica total subió 3,2% en junio con respecto al mes de mayo, y en doce meses fue 51,8%. Una familia tipo necesitó un ingreso de $66.488 para no caer bajo la línea de pobreza.
Con datos al 4to trimestre de 2020, un total de 4,5 millones de argentinos (el 10,6% de la población) no llegaba adquirir la canasta básica alimentaria
¿Cuál es el perfil de estos hogares?
Son hogares numerosos (en promedio, 4,3 miembros vs 3,0 en hogares no indigentes).
En los que pocas personas trabajan (el 40% de los miembros, contra el 65% en hogares no indigentes).
Y los que lo hacen, obtienen ingresos muy bajos en la informalidad.
La mayoría de los jefes tiene un nivel educativo bajo.
Se concentra geográficamente en el Conurbano (cuenta por el 62% de las personas).
Edades jóvenes y medias: afecta a las personas de menor edad (a pesar de la AUH), al igual que en edades adultas. En la tercera edad, la cobertura previsional posibilita que casi la totalidad pueda llegar a la canasta alimentaria.
¿Qué ocurrió en la pandemia?
A lo largo de la pandemia se agregaron 860 mil indigentes a los 3,7 millones que ya había a fines de 2019 (4to trimestre). Esto ocurrió a la par de un gran refuerzo en las ayudas sociales, como adicionales en la AUH y tarjetas alimentarias y la creación del IFE.
¿Por qué siguió aumentando la indigencia?
Observando los hogares indigentes:
En la pre-pandemia (al 4to trimestre de 2019), el 65% recibía ayuda social y el 48% tenía ingresos vinculados al trabajo.
En la parte más estricta del confinamiento (al 2do trimestre de 2020), cayeron tanto la proporción de hogares que recibían ayudas como la proporción de hogares que trabajaban. Esto significa que parte de los nuevos indigentes fueron personas las cuales además de perder su empleo, ni siquiera recibieron ayuda del Estado. Aquí es cuando se dio el pico en la indigencia.
A medida que se normalizó la actividad, aumentó el porcentaje de hogares que recibieron ayuda del Estado, pero en un nivel inferior a la pre-pandemia. Los hogares con ingresos laborales crecieron, pero fueron ingresos vinculados a actividades poco rentables, de pocas horas y magros ingresos.
Entonces podemos llegar a la conclusión que:
Por más que aumente la ayuda social, persistirá la indigencia. De todas formas, la ayuda social es un paliativo necesario. Para que llegue a todos los indigentes, es necesario mejorar sustancialmente la gestión de la asistencia social. El Estado nacional puede financiar la ayuda a los indigentes, pero no es bueno que la quiera gestionar porque está lejos de la gente. Es por esto que termina generando vínculos espurios con organizaciones sociales que distribuyen las asistencias. Tal como hacen otros países de la región, la identificación de los indigentes la hacen los municipios con asistentes sociales.
Para llegar a una solución de fondo, es necesario estimular la creación de empleos productivos, para lo cual también se necesita un mejor nivel educativo en la población. En este sentido, el estado nacional debe enfocarse en garantizar una macroeconomía estable e instituciones impositivas y laborales que no desalienten el empleo y evitar entrometerse en funciones que no le corresponden, como es la ayuda social. Son las provincias y municipios las responsables por atender a la gente en situación de pobreza.